#MujeresArtistas
Esta entrevista forma parte de la serie sobre mujeres artistas que trabajan en un equilibrio interdisciplinar entre el arte y la ciencia. Nos unimos así al movimiento social y global para visibilizar el trabajo de las mujeres en la historia del arte.
“Al medir las ondas cerebrales de personas y la actividad eléctrica de las plantas, comprobamos que no somos tan distintos”
María Castellanos, Doctora en Bellas Artes por la Universidad de Vigo, centra su práctica artística en la investigación de los nuevos paradigmas: wearables y cyborgs, y su amplificación de las capacidades sensoriales. Los wearables, o tecnología ponible, se utiliza para denominar la ropa que lleva tecnología incorporada. Son dispositivos electrónicos inteligentes incorporados a la vestimenta o usados corporalmente como implantes o accesorios que pueden actuar como extensión del cuerpo o mente del usuario.
Probeta Mag: ¿De dónde surge o cuál fue el punto de partida de tu investigación? Háblanos sobre tu tesis doctoral La piel biónica. Membranas tecnológicas como interfaces corporales en la práctica artística.
María Castellanos: El tema de la tesis surge a través de la evolución de mi práctica artística. Investigo cómo amplificar dispositivos que se ponen sobre el cuerpo para aumentar las capacidades sensoriales. Siempre desde la práctica artística, pero fijándome también en la ciencia, la tecnología y otras áreas del conocimiento. El contexto histórico de la tesis comienza a finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo XX, que es donde considero que se empiezan a trabajar más las interfaces tecnológicas corporales. Me gusta llamarlas así pero realmente son una mezcla entre los wearables y los cyborgs. Aquí es donde se centra la investigación, en cómo ambos conceptos se contaminan e interfieren el uno al otro. Hay un recorrido hasta 2015 cuando finalicé la tesis y continuo de forma práctica con la investigación.
La palabra wearable tiene un matiz bastante comercial, el típico wearable para deporte que no notas que lleva tecnología. A mí lo que me interesa es lo contrario, notar esa tecnología que realmente nos ayuda a amplificarnos. Por ello uno de mis primeros trabajos en los que llevé a la práctica esa investigación fue Environment Dress, de la que hay dos versiones. Creamos una especie de kit con sensores, todo conectado con cables, nos gustaba esa estética, mostrar el cable sin ocultarlo.
Algunas de tus obras, como por ejemplo, Environment Dress 2.0, tienen un claro mensaje medioambiental ¿te consideras activista en este sentido o utilizas tu obra para denunciar el impacto medioambiental?
Creo que todos los artistas enseñamos a través de nuestra obra lo que nos preocupa. Nos desnudamos al fin y al cabo. Arte y vida están muy entrelazados. Cuando surgió Environment Dress 2.0, había creado un archivo digital que recogía todos los artistas que trabajaban con interfaces tecnológicas corporales, lo que me ayudó mucho a ver las carencias y similitudes que había. Vimos que la mayoría de las interfaces tecnológicas medían el yo cuantificado, cuántos pasos damos, cuántas calorías gastamos, etc. Había una carencia muy grande con lo que ocurre en el medio. En ese momento, más que una preocupación global, era una preocupación sobre el individuo, en cómo afecta la radiación o el calor. Es decir, medimos la agresividad del medio sobre la persona.
¿En qué consiste The plants sense?
La desarrollamos en 2018 gracias a la residencia STARTS (Science, Technology and the Arts), financiada por la Comisión Europea. Lo que se pretendía era unir proyectos de I+D+i que no fueran del campo de las artes. Como artista, leías los proyectos y si te interesaban te inscribías para hacer una pieza junto a un equipo de investigación. Vimos a un grupo que se llamaba Flora Robótica, un grupo multidisciplinar de ingenieros y arquitectos de diferentes universidades europeas. El grupo trabajaba con plantas, estudiando cómo guiarlas con la luz y creando una especie de robots que iban trenzando estructuras por donde debían crecer. Nos pareció una investigación muy interesante y acorde con lo que estábamos investigando, ya que llevamos desde 2009 trabajando con plantas.
Nuestro primer trabajo fue Clorofila 3.0. Lo que hicimos fue desarrollar un sensor que nos permitía medir la actividad eléctrica que hay dentro de las plantas. Esto generaba una micro vibración que estaba en relación con lo que ocurría a su alrededor: cambios de presión, de temperatura, si acercabas una planta a otra. Quisimos dar un paso más en este trabajo y planteamos un wearable, una interfaz que te ponías para poder sentir las plantas. Esa fue nuestra primera idea y con la que nos presentamos a la residencia. Nos la dieron y estuvimos tres semanas en Alemania viendo la investigación de Flora Robótica.
Cuando llegamos a España, pensamos que el traje, el wearable, se nos quedaba corto. En ese momento fue cuando planteamos The Plant Sense, un jardín donde las plantas están conectadas. Hay un traje, pero también otras interfaces violetas que la gente puede coger para sentir las plantas. En esta obra, las plantas mueven el jardín. Medimos la actividad eléctrica de 15 plantas y las enviamos a un servidor que hay situado en una caja negra. Este servidor lee las respuestas de las plantas y devuelve un feedback al público. Este feedback se traduce en movimientos y vibraciones, tanto en la interfaz violeta, como en las plantas robóticas blancas y el traje. Si te pones el traje sientes cómo se mueve y vibra, dependiendo de lo que están sintiendo las plantas. Es decir, son las plantas las que mueven todos los artefactos del jardín. La obra estuvo expuesta en el hall de LABoral Centro de Arte de Gijón (España).
Algunas de tus obras, como Beyond human perception, establecen una relación entre las reacciones o estímulos en plantas y humanos, ¿cuál es el objetivo de estas investigaciones?
Beyond human perception es nuestra última obra. El proyecto surgió el verano pasado cuando nos invitaron a una residencia en la Universidad de Oslo. La residencia se llevaba a cabo en un laboratorio del departamento de artes junto con el de inteligencia artificial. Ahí nos dejaron unos dispositivos para medir las ondas cerebrales. Hicimos un experimento muy rápido. Conectamos el casco a una persona y nuestro sensor a una planta. Medimos lo que sucedía cuando la persona interactuaba con la planta. Nos dimos cuenta de que cuando algo pasaba en la planta, algo pasaba en nuestro cerebro. El pico era simultáneo. Este fue el punto de partida para Beyond Human Perception.
Cuando empezamos a desarrollar la obra intentamos no interferir, por lo que decidimos conectar humanos y plantas a estímulos comunes. Construimos nuestros propios cascos, diseñados en 3D, y un nuevo contenedor para el sensor. Montamos una escenografía en LABoral y expusimos a un grupo de voluntarios a una sesión de música en directo junto a las plantas. Realizamos cuatro sesiones sin saber cómo iba a ser el resultado. Al procesar los datos, nuestra sorpresa fue que no sabíamos diferenciar la gráfica de la persona y la de las plantas; lo que nos lleva a pensar que en el fondo no somos tan distintos.
Imagen de portada: Clorofila 3.0
Las imágenes y audiovisuales de obras son propiedad de María Castellanos y se han publicado con su consentimiento.
Redacción de contenidos: Aida Vanrell Ramos
Concepto original y edición: Sara Isabel García